Jesucristo Nuestro Señor se retiraba de la muchedumbre para hacer largos ratos de oración. Narra la Sagrada Escritura, como una de tantas veces: “Salió al monte a orar y pasó toda la noche en oración a Dios” (san Lucas 6, 12). Este ejemplo de Jesús suscitó en sus discípulos el deseo de aprender a orar. “Estaba haciendo oración en cierto lugar. Y cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: ¡Señor, enséñanos a orar!” (san Lucas 11, 1). Han transcurrido veinte siglos, y es necesario que los católicos aprendamos a orar. ¿Cómo podemos aumentar nuestro amor a Dios? El amor a Dios está muy ligado a nuestra oración diaria, porque no podemos amar lo que no conocemos; y para amar a Dios es preciso conocerlo y tratarlo por medio de la oración. En la oración hablamos con Dios, le abrimos nuestra alma de par en par, y le decimos con sinceridad y sencillez todo lo que nos sucede, de Corazón a corazón, de Tú a tú; poniendo por intercesores a la Santísima Virgen, a los ángeles y a los santos. Hablamos de nuestras alegrías y tristezas, de nuestras penas y sufrimientos, de nuestros gozos y éxitos, de nuestra salud y enfermedad, de nosotros y de nuestro prójimo, de nuestro trabajo y estudio, de la familia, del descanso de la Iglesia, de nuestro país, del mundo entero.
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