Todos tenemos en nuestras manos la manera de lograr el cambio en nuestro hogar, en el trabajo, en nuestro entorno, en el país, y por qué no, en el mundo; podríamos pensar que se trata de una labor titánica, y lo es, pero podemos contribuir con algo con nuestra labor. La respuesta es sencilla, pero la labor es compleja, y urge aplicarla cuanto antes: ¡la participación! ¡Este es un remedio al alcance de todos! y no tendremos manera de vivirla si no aprendemos, si no enseñamos, desde los primeros años, a los niños y jóvenes, a sentirse parte viva de un todo.
Si no aspiramos a lograr juntos el bien común: el crecimiento, el bienestar, la felicidad de todos.Partimos del hecho de que cada ser humano es un tesoro en potencia: de capacidades, de talento, de posibilidades, que sólo podremos extraer si compartimos lo que somos, lo que sabemos, lo que tenemos, con otros seres humanos. Si procuramos desarrollar las competencias que cada uno posee para saber ser, saber pensar, saber hacer, saber convivir, mismas que les permitirán hacer frente a la vida, trabajar, descubrir su dignidad, aprender a compartir y ¡a vivir plenamente!
Esta es la potencialidad de la participación, ser un conducto para desarrollar en cada persona diversas competencias, como pensar, tomar decisiones después de reflexionar, de desarrollar habilidades en un trabajo conjunto, despertar actitudes positivas ante las personas y las situaciones. Es el medio privilegiado para lograr, en cualquier ámbito, familia, escuela, universidad, empresa, comunidad o grupo, un mutuo crecimiento y el bien común para todos.
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